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De la misma manera que Jaar dirige nuestra atención hacia el exterior de la construcción, Osvaldo Güineo presenta dos textiles de lana de oveja en el interior de la capilla que, paradójicamente, llaman nuestra atención sobre la ausencia de iconografía religiosa en el lugar. En una pieza, Güineo delimita el altar que ya no existe y ofrece una representación tradicional de San Miguel Arcángel, quien lleva en una mano una balanza como símbolo de la justicia, y en la otra, la espada de un guerrero. Como el guerrero que empuja a satanás al infierno, Miguel es, al mismo tiempo, el que asegura que la justicia divina sea indiferente al estatus social de las personas. La segunda pieza cuelga detrás del santo. Se trata de un rectángulo negro teñido con fibras vegetales, que en el centro contiene un intenso ramo de flores rojas. La elaboración de ambas piezas fue gracias a la técnica del kelwo, una tradición textil huilliche que recuperó Osvaldo, que consiste en tejer horizontalmente sobre una estructura de cuatro vigas apoyadas contra el suelo.

Al traer métodos ancestrales a la actualidad, Güineo no solo refleja la función ceremonial anterior en el edificio, sino que también es un recordatorio de la persistencia cultural de los saberes y prácticas de los pueblos originarios en relación a la espiritualidad, la naturaleza y los ecosistemas, dimensiones culturales cada vez más revisitadas y requeridas. Esta mixtura cultural entre lo ancestral y lo religioso, muy propia del Archipiélago de Chiloé, ha hecho posible que los santos y las figuras sagradas, formen parte de la vida cotidiana y celebratoria, y sean vistos hoy como portadores de una sabiduría antigua y actual a la vez, lo que explica su presencia constante en diversas manifestaciones artísticas, artesanales y religiosas.

Texto por Dan Cameron y Ramón Castillo

En esta ocasión, Alfredo Jaar y Osvaldo Güineo, exhiben en la Capilla Azul haciendo visible su historia, arquitectura y función anterior. La presencia de la memoria de los sacramentos y otros actos de fe comunitaria, y una piedad personal que llenó este espacio por casi toda su existencia, convive con su función expositiva actual, configurando una secuencia de lecturas dinámicas, acertadas, diversas y/o superpuestas. Esta pequeña capilla, cada tres meses se puebla de obras de arte que actúan como una "tabula rasa" (borrón y cuenta nueva), cada vez que se presenta una nueva exposición. La imaginación no tiene que esforzarse demasiado, por repoblar el espacio debido a su apariencia, ya que a través de las diversas obras realizadas por las y los artistas, de una u otra manera, se evocan las imágenes, formas, colores y música ceremonial que desapareció, y con ella el coro de “amén” murmurado en la celebración o el recogimiento.

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