El artista Alfredo Jaar tomó como punto de partida esta transformación física que se produjo tras la desconsagración de la Capilla, y propuso recuperar la arquitectura original, que era menos cuadrada y más rectangular: el altar antes estaba ubicado más lejos de la puerta de ingreso. En el ejercicio de memoria de Jaar, un perfil reconstruye los vértices de la estructura antigua, como un dibujo esquemático y esencial de un lugar de encuentro. Este espacio vacío que alguna vez fue parte de la capilla histórica, es redibujado linealmente con madera, y dentro de sus límites, Jaar ha plantado un pequeño jardín, densamente poblado por flores azules que evocan la plenitud y belleza de la vida de los anteriores habitantes. La ausencia y presencia en esta obra, habla de nuestro propio papel como participantes, de un lugar en donde lo tangible y lo intangible, la contemplación y recogimiento son posibles porque existe un espacio físico que lo alberga.